Blas de otero pido la paz y la palabra

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El día que el general Franco se fue de vacaciones, era posible que la autopista de la costa madrileña-vasca estuviera bajo la vigilancia de cinco mil guardias civiles, un guardia cada cien metros. Y ese día, a lo largo de esa autopista, entre un guardia y otro, era probable que hubiera, de vez en cuando, cocineros con sus gorros blancos, cocineros que les llamaran: “¿Ya está aquí? ¿ya viene? “, mientras removían la sopa de pescado o rellenaban el jamón con alcachofas. Y llegaba el general, los cocineros saludaban con los brazos extendidos, los guardias saludaban con los brazos presentados; pero el general no se detenía, no comía; no saludaba, seguía su camino hacia el mar, donde todos los años, sin excepción, pescaba un bonito atún.
También era posible que la primavera llegara a España en 1956 o incluso en 1959, en la época de la segunda versión de Howl, con la Semana Santa, y que fuera imposible bailar en público, ya que todos los bailes estaban prohibidos por orden gubernamental. Durante la misma Semana Santa, también, era posible que el más devoto de los compatriotas saliera a desprender su gallo de las gallinas y lo metiera en una estrecha caja de madera donde no podía cometer ningún pecado, ni siquiera de tipo autoerótico.

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Recientemente, he estado leyendo poesía estadounidense, en particular a Charles Olson y Robert Creeley. Esto se debe a mi interés por el Black Mountain College, en Carolina del Norte, donde la presencia tutorial que presidía en los años cincuenta era Olson. Invitó a Creeley desde Mallorca, donde el poeta más joven estaba luchando como escritor y editor en la pobreza bohemia, para que viniera a reunirse con él.
La correspondencia de Olson/Creeley registra la llegada de un nuevo tipo de poesía. Olson es pomposo, leonino, profético. Creeley es incisivo, agudo y genuino. Ambos encarnan una visión de lo que significa ser un artista: un hombre que, a través de su identidad creativa, refracta toda la cultura.
Sí: un hombre. Al mismo tiempo, Robert Graves estaba en Mallorca, coronando a su Diosa Blanca. Picasso estaba a punto de pintar sus sueños sexuales en el sur de Francia. En la estética de los cincuenta había algo decididamente masculino, incluso cuando era purista, concreta o abstracta. Era la aspiración heroica del gran comentarista, con una bella musa (o dos) y la vanidad de hablar de universales.

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